El periodo que va de 1400 a 1650 se corresponde a grandes rasgos con el de la magna expansión de la Europa occidental, tiempo en el que se apaga la edad media, se enciende el renacimiento y se vislumbra la edad moderna.

Este lapso de tiempo conforma una época gloriosa, caracterizado por un vivaz y agitado florecimiento económico y demográfico para España y Portugal que descubren, casi sin quererlo, que el mundo es inmenso y se presenta como un espacio mucho más extenso de lo que se había podido conocer y aun imaginar en los siglos precedentes.

Ahora el flujo de las nuevas y creativas fuerzas tiene un eminente acento periférico, pues es la Europa peninsular la que se asoma decidida al Atlántico, teatro ahora de todas las grandes aventuras e innovaciones.

El atlántico se convierte en estos momentos para las coronas ibéricas en la expresión manifiesta de una idea, la decidida voluntad de actuar cerca mirando lejos, como evidencia de la determinación, cargada de dinamismo, de convertir el océano en la nueva y pujante conciencia de la nueva Europa.

 

El Atlántico, con su perpetuo ciclo de vientos y corrientes, se transforma en un grandioso escenario donde las naos, navíos, carabelas y galeones dan pie a una riquísima representación histórica y cultural, que hace de las islas que lo ocupan:  hito, refugio, almacén y bastión.

 

La inmensa masa de agua que es el Atlántico alberga un conjunto de islas y archipiélagos a medio camino de los continentes europeo, africano y americano. Islas atlánticas: Azores, Canarias, Cabo Verde y Madeira que no son otra cosa que un rosario de pequeñas prominencias terrestres emergidas en medio de un inmenso mar, en otro tiempo señeros baluartes para la afirmación de la hegemonía y defensa de las rutas oceánicas e intercontinentales.

Ancladas en el mar Tenebroso comienzan, con el transcurrir de la historia, a tener rostro, nombre y presencia. Al principio solo como marco de fabulas y leyendas, imaginario de filósofos y geógrafos del mundo clásico que situaron en ellas el paraíso perdido, la morada de los dioses y los bienaventurados, o el jardín de las hespérides, siempre recónditas y lejanas. Juntas componen la “Macaronesia” (del griego: makárôn nêsoi o islas afortunadas).

Luego, en el mismo océano, se trazan las grandes líneas del nuevo desarrollo histórico. Mar atlántico que contempla, por siglos, la expansión de la europea occidental, a través de los viajes, los descubrimientos y las exploraciones para afirmar con la carrera de indias una nueva economía mundial.

Las islas siempre fueron los espacios límites de lo conocido y al mismo tiempo el reclamo de la realización humana de nuevos conocimientos. Esta dicotomía acompaña hasta hoy la idea de las islas y ha sido un fermento activo de la valorización de los espacios insulares en el pensamiento humano y en el devenir histórico del mundo atlántico.

 

La fábula, la geografía y la economía marcarán la vida del Océano durante los últimos seis siglos. En conjunto, los archipiélagos de Madeira, Azores, Canarias, Cabo Verde, se hacen presentes por su decisiva contribución a la plena valorización y afirmación del nuevo espacio atlántico, ganando relevancia y evidencia en la nueva interrelación de los imperios europeos y en la consolidación del mundo americano.

A ello, contribuyo de manera determinada y determinante la cartografía. Los mapas aúnan conocimiento, técnica y sin duda arte, pero sobre todo han sido y son el esencial acicate y el inevitable apoyo para cuantas aventuras y exploraciones a lo largo del tiempo se han podido fabular.

Hubo un tiempo, ciertamente, en que la idea de las islas atlánticas y los mapas que la conceptualizaban fueron más una entelequia que una realidad. Bellísimos trabajos de gabinete iluminados profusamente con monstruos y bestias de una ingenua fiereza, pero carentes de ningún rigor geográfico.

La cartografía constituyo desde los inicios mismos de la idea del mar tenebroso, el mar del fin del mundo, la lámpara con que alumbrar sus secretos, así como el soporte donde reseñar y situar las etapas, los anclajes y fondeaderos que son las islas.

El conocimiento de las islas atlánticas a partir del siglo XIV se debe esencialmente a la cartografía, que cambia radicalmente de planteamiento al pasar de su ideación en los mapamundis, de naturaleza esencialmente mítico-religiosa, a su representación más ajustada con la aparición de la carta portulana o carta náutica, de carácter marítimo y profesional al servicio práctico de los navegantes.

Desde los albores del siglo XV se suscita una abundante producción de cartas y mapas sobre el atlántico y las tierras que lo pueblan, correlato de los viajes y descubiertas que con gran profusión en este tiempo se producen, aunando junto a realidades geográficas conocidas y evidentes otras de cuya existencia se tenían vagas noticias o eran producto de la fantasía y la imaginación.

Los siguientes siglos traen rigor y ciencia, la elaboración de los mapas cuenta ahora con gran cantidad de veraz información aportada por los exploradores y navegantes, de entre ellos en destaca el flamenco Abrahan Ortelius (1527-1598) que publica su “Tipus Orbis Terrarum”, el primer atlas moderno, que recoge a cabalidad el conjunto de las islas atlánticas. Pasando los archipiélagos atlánticos de ser última frontera, “finis terrae”, a enclaves privilegiados de en la Carrera de Indias, refugio y escala obligada de las Flotas, de lo que es, sin duda, fiel testimonio la hermosa ciudad de Angra do Heroismo, en la Isla Terceira de las Azores. A partir de este momento el atractivo de la historia atlántica reside en la realidad natural que es el propio “océano”, quien se convertirá, al mismo tiempo una categoría histórica de primer nivel y de la misma manera ya una certeza geográfica incuestionable.

Finalmente, con el siglo XVIII se materializa el estudio analítico y matemático de la cartografía, aparece la geodesia de la mano der Johann Heinrich Lambert (1728-1777) quien pone las bases definitivas de la representación plana del elipsoide terrestre. A partir de este momento el mar Atlántico y las islas que lo pueblan aparecen en su verdadera magnitud y carácter, así como plenamente ajustadas a su escala y a sus coordenadas.

La Macaronesia es al tiempo patronímico, imagen de marca y casa común de los archipiélagos atlántico, que comparte un conjunto de rasgos comunes que los identifican y distingue, por más que cada uno de ellos tenga, al igual que sus islas por separado, personalidad propia. La Macaronesia es en si misma un singular, rico y fecundo universo, así como un notable referente desde el punto de vista de la historia, la naturaleza y por supuesto el Patrimonio.

Cartoteca

La Cartoteca Insular es un ámbito de encuentro para estudiar y admirar todos aquellos documentos cartográficos relacionados con la Macaronesia y que se encuentran dispersos por toda suerte de instituciones. Se ofrecen distintas “colecciones” que presentan, en formato digital, la diversidad y abundancia de referencias que a lo largo de la historia los archipiélagos y las islas que componen este singular universo han producido. La Cartoteca Insular persigue reunir y unificar en una sola herramienta todos los documentos, planos, mapas y cartas, existentes para facilitar su acceso, favorecer su comprensión y promover su conservación.

Iconoteca

El proceso de acopio y gestión de datos referidos a imágenes que el ámbito y el alcance del proyecto abarca, ha constituido un destacado esfuerzo de cara a su mejor y más adecuada sistematización. Por ello, procurado atender tanto a su correcta estructuración como a su mejor comprensión hemos recurrido a su agrupamiento por medio de colecciones a través de la creación de una Iconoteca como espacio de catalogación de imágenes referidas a un mismo tema o con características comunes.

Los objetivos de la Iconoteca son:

  • Registrar para conservar.
  • Relacionar para catalogar.
  • Difundir para conocer y apreciar.